El
término se remonta al latín rhombus “rombo” que procede del griego ῥόμβος
“círculo”. Tanto en griego como en latín primero designó a todo objeto redondo
que gira, como una peonza. Después se aplicó a ciertas peonzas, ruedas y husos
de bronce, que empleaban los magos para la adivinación (según la dirección que
que señalasen al azar, tras ponerlos en movimiento). Posteriormente, filósofos
y geómetras como Aristóteles y Euclides toman el vocablo para designar un
paralelogramo oblicuo (rombo), de modo que terminó designando también al
rodaballo (pez plano con forma de rombo). La acepción marinera de rumbo se
asocia con los primitivos aparejos mágicos, que se vincularon a los quintantes
y sextantes, y más tarde a las brújulas, que ayudaban a trazar la trayectoria a
seguir. Vinculado también a las formas geométricas que unidas señalan la rosa
de los vientos, que ayudaban a los marinos con las posibles direcciones,
consideradas casi siempre en oblicuo respecto a la línea del horizonte.
Asimismo conserva cierta relación con la idea de movimiento circular, pues las
direcciones a seguir desde un punto se dan en 360º.
Esta
palabra se encuentra utilizada en la Helena
de Eurípides (s. V a.C.) como el movimiento circular del timbal. De modo que en
el fragmento Eur. Hel. 1362 se puede observar: “μέγα τοι δύναται νεβρῶν; παμποίκιλοι
στολίδες; κισσοῦ τε στεφθεῖσα χλόα; νάρθηκας εἰς ἱερούς; ῥόμβου θ᾽ εἱλισσομένα;
κύκλιος ἔνοσις αἰθερία” (es, sin duda, grande el poder de las pieles bordadas
de cervatillo, y el de la verde hiedra que corona las férulas sagradas, y el de
la sacudida circular del timbal que da vueltas por el aire).
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